Durante mucho tiempo se creyó que la viticultura peninsular había comenzado con la llegada de fenicios y griegos al Mediterráneo occidental. Sin embargo, los estudios arqueológicos y genéticos más recientes han modificado ligeramente esa narrativa.
Las investigaciones realizadas en yacimientos del este y sur peninsular indican que los pueblos íberos ya cultivaban la vid y fermentaban sus uvas antes del siglo VIII a. C., es decir, mucho antes de la llegada de los fenicios y más aún de los romanos.
Esta viticultura temprana se basaba en variedades locales de vitis sylvestris, una subespecie silvestre muy resistente a los suelos pobres, a las laderas soleadas y al clima mediterráneo. Aunque menos productiva que las cepas domesticadas que llegarían después, su adaptación natural al entorno facilitó su aprovechamiento por las comunidades ibéricas.
Los hallazgos de semillas destinadas a fermentación en enclaves como Doña Blanca, Denia o Almazora apuntan a una producción modesta pero constante.
Los íberos no solo recolectaban uvas: también elaboraban vino en estructuras estables, como los lagares excavados en la roca documentados en lugares como La Solana de las Pilillas, en Requena. Estos espacios, destinados al prensado y escurrido del mosto, representan un hito en la historia técnica de la vitivinicultura peninsular.
Todo ello indica que la producción de vino formaba parte de un sistema agrícola más complejo, en el que predominaban el cereal, la ganadería y la artesanía, pero donde la vid tenía un lugar significativo.
El vino pudo haber ejercido, además, un papel social y simbólico. En viviendas aristocráticas como las excavadas en El Oral (Alicante) se han hallado copas, jarros y otros utensilios asociados a banquetes cuidadosamente preparados.
Estos restos sugieren que el vino era un bien muy limitado pero de prestigio, utilizado en prácticas de diferenciación social y en ceremonias con un fuerte componente ritual.
También debió de funcionar como objeto de intercambio en las redes de trueque que conectaban a los distintos clanes y comunidades ibéricas.
La llegada de los fenicios al final de la Edad del Bronce no creó la vitivinicultura peninsular pero sí la transformó. Introdujeron cepas domesticadas de vitis vinifera, nuevas técnicas de prensado y recipientes de almacenaje más avanzados.
Esta innovación amplió la escala productiva y profesionalizó la elaboración del vino. Sin embargo, la expansión posterior no habría sido tan eficaz sin la existencia de una cultura vitícola ibérica previa, significativa y con identidad propia.
Cuando romanos y griegos llegaron siglos después, encontraron una península que no empezaba de cero sino que poseía una tradición vinícola ancestral, arraigada en la vida ritual y social de los pueblos íberos.
Esa continuidad explica en gran medida la rapidez con la que la viticultura se extendió bajo dominio romano y por qué, desde entonces, el vino se convirtió en uno de los elementos más característicos del paisaje cultural de Hispania.
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Historias del vino – El vino en la Iberia anterior a los fenicios
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