Botella y copa representando el clarete tradicional como mezcla histórica de vinos en España

Clarete: un vino popular entre dos mundos

El clarete ocupó durante siglos un lugar singular en la península ibérica. Era un vino híbrido, elaborado mediante la mezcla de vinos tintos y blancos o mediante la fermentación conjunta de uvas de distinto color. Su función no era técnica, sino social: era el vino habitual de tabernas, ferias, hogares rurales y celebraciones comunitarias. Un vino cotidiano que formaba parte de la vida común mucho antes de que existieran las categorías reguladas modernas.

La diversidad del clarete reflejaba una tradición vitivinícola pragmática. En regiones como Castilla, Rioja o Navarra, el término englobaba estilos distintos, adaptados al territorio y a los recursos disponibles. Se trataba de un vino pensado para consumirse joven, accesible y sin pretensiones de prestigio. Su legitimidad provenía del uso, no de una definición tipificada.

Su declive no se debió a un cambio en los gustos, sino a la construcción del marco normativo del vino en Europa durante el siglo XX. Cuando se negoció un sistema común para los países que formarían la Comunidad Económica Europea, fue necesario fijar categorías homogéneas: tinto, blanco y rosado con métodos definidos de elaboración. En ese proceso, se consideró que un vino híbrido como el clarete no encajaba con claridad en ninguna de las clases estandarizadas.

Francia influyó en este debate, especialmente en lo referente al uso de la palabra “clarete”, que en su tradición remitía al claret de Burdeos. No se trató de un conflicto directo con España, sino de la necesidad de proteger denominaciones y prácticas consolidadas dentro de un futuro mercado común. Para evitar ambigüedades, se optó por restringir el término y por priorizar modelos fácilmente identificables en todos los países miembros.

La paradoja surgió con la norma que prohibió mezclar vinos tintos y blancos para elaborar rosados, una práctica que, en Europa, quedaba descartada… salvo en el caso del champán, que podía seguir haciéndolo en determinadas elaboraciones. Esa excepción, destinada a preservar un estilo con larga tradición comercial, dejó a vinos como el clarete en una posición especialmente vulnerable dentro del nuevo sistema.

En aquel momento, las autoridades y los profesionales españoles tampoco defendieron con firmeza la especificidad del clarete ni trataron de reservar un espacio normativo para él. El resultado fue que un vino que había acompañado a varias generaciones desapareció de las categorías oficiales, no por su calidad ni por su falta de demanda, sino por no encajar en un marco de regulación que buscaba uniformidad y claridad técnica.

Aun así, el clarete sobrevivió en ámbitos familiares y en comarcas que conservaron sus prácticas tradicionales. Su historia recuerda que el patrimonio vinícola no siempre desaparece por desuso, sino a veces por la dificultad de adaptar tradiciones complejas a sistemas normativos que privilegian la simplicidad. El clarete fue un vino fundamental en la cultura española, y su ausencia en las etiquetas actuales es testimonio de una transición europea que dejó poco espacio para estilos populares y mestizos.


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Historias del vino – Clarete: historia de un vino que todos amaban y nadie quiso
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