Escena de convidium o banquete privado romano con vino

Qué vinos se bebían en la Hispania romana

En la Hispania romana, el vino era mucho más que un alimento: formaba parte de los rituales religiosos, del protocolo aristocrático, de la sociabilidad urbana y de la vida cotidiana.

La sociedad romana era profundamente jerárquica, y el tipo de vino que cada persona bebía -su calidad, preparación, forma de servicio y hasta quién lo ofrecía- reflejaba con precisión el estatus de cada individuo dentro del Imperio.

En la cúspide se encontraban los vinos reservados a las élites. Los senadores, terratenientes y personajes influyentes de las ciudades hispanas consumían caldos dulces, envejecidos o aromatizados, que gozaban de enorme prestigio.

En los banquetes aristocráticos, los convivia, nada se dejaba al azar: la música, la vajilla, la selección del vino puro (merum) y, sobre todo, la proporción exacta de agua con la que se debía diluir, pues beber vino sin mezclar se consideraba propio de bárbaros. El servicio estaba a cargo de esclavos especializados, lo que añadía un componente más de jerarquía social.

Por debajo de este nivel se situaba la población urbana: comerciantes, artesanos, funcionarios y buena parte de los habitantes de las grandes ciudades hispanas.

Para ellos, el vino formaba parte de la dieta diaria. Se calcula que la ingesta podía rondar un litro por persona y día. Su consumo se desarrollaba en las tabernas, espacios ruidosos, a menudo insalubres, donde se negociaba, se jugaba a los dados y se socializaba.

Allí predominaban el vinum ordinarium -vino corriente servido directamente de grandes ánforas- y los vina mediocria, productos de calidad aceptable. También se ofrecían vina condita, caldos pobres corregidos con especias, hierbas o miel para mejorar su sabor.

Los soldados ocupaban un lugar intermedio en esta jerarquía líquida. Como ciudadanos romanos, tenían garantizado acceso al vino, pero no a los caldos de prestigio. Su bebida cotidiana era la posca, una mezcla de vino agrio con agua.

Barata, ligera y, sobre todo, higiénica, permitía evitar infecciones y complementar la dieta durante las marchas y la vida en campamentos. Este vino avinagrado se convirtió en símbolo de la disciplina militar del Imperio y en una ración esencial para las legiones.

En la base de la pirámide social estaban los esclavos. Para ellos se reservaba el lora, un vino de muy baja calidad y escaso valor nutritivo, elaborado a partir de los restos del prensado -hollejos, pepitas y orujos- que se remojaban en agua y se dejaban fermentar de nuevo. Era una bebida áspera, ligera y pobre, reflejo exacto del lugar que los esclavos ocupaban dentro de la estructura social romana.

La jerarquía del vino en la Hispania romana es también, por tanto, un espejo de su sociedad. Un mundo donde el lujo, la moderación, la necesidad o la mera supervivencia determinaban qué se bebía y cómo.

Y donde el acto de compartir el vino -ya fuera en un banquete aristocrático, en una taberna bulliciosa o entre soldados en campaña- preservaba un elemento común: el placer social de beber en compañía, algo que, como recuerda el guion, permanece intacto siglos después.


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Historias del vino – La jerarquía del vino en la Hispania romana
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