Durante la Baja Edad Media, el comercio europeo del vino vivió una transformación profunda ligada al crecimiento de las ciudades del norte. Regiones densamente pobladas como Inglaterra, Flandes o las ciudades hanseáticas carecían de viñedos y demandaban vinos capaces de resistir largos viajes marítimos.
En ese contexto, los productores del sureste peninsular encontraron una oportunidad decisiva. Algunas comarcas del Levante español, y en especial el entorno de Alicante, optaron por orientar su viticultura hacia vinos concentrados, alcohólicos y estables, adecuados para el comercio a larga distancia.
El cambio fue posible gracias a un giro geopolítico clave. Tras la apertura del estrecho de Gibraltar en el siglo XIII, los puertos del Mediterráneo oriental pudieron acceder directamente al Atlántico y enlazar con los grandes mercados del norte de Europa, sin depender de intermediarios italianos.
Los vinos alicantinos destacaron por su color oscuro, su densidad y su resistencia al paso del tiempo. Las crónicas de la época describen el puerto de Alicante repleto de naves listas para cargar barricas destinadas a Amberes, Inglaterra o Alemania, donde estos caldos alcanzaban precios propios de productos de prestigio.
Parte de la producción se destinaba a la exportación inmediata. Otra parte se conservaba durante años en grandes toneles situados en los espacios más frescos de las bodegas. Allí, el vino envejecía lentamente y adquiría rasgos singulares, dando origen a un estilo naturalmente dulce criado durante décadas mediante la mezcla de cosechas jóvenes y muy antiguas.
A mediados del siglo XX, esta tradición estuvo a punto de desaparecer. Solo unas pocas barricas sobrevivieron en el interior alicantino. Su recuperación reciente demuestra que el Fondillón no es solo un vino histórico, sino el testimonio de un momento en el que el Mediterráneo español logró conquistar los mercados del norte de Europa.
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Historias del vino – Fondillón de Alicante: el vino del sur que conquistó la Europa del Norte
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