El vino ocupó un lugar central en la vida religiosa, social y económica de las comunidades judías de Sefarad. Su presencia en las celebraciones domésticas, en el calendario ritual y en las prácticas comerciales convirtió a la viticultura y al comercio del vino en actividades fundamentales para muchos judíos de la península ibérica.
Antes de la expulsión de 1492, existía un tejido complejo de relaciones entre productores, comerciantes y consumidores que enriquecía la cultura hispanojudía.
El vino tenía un peso litúrgico decisivo. Ceremonias como el kidush o la festividad del Pésaj (Pascua) exigían su presencia, lo que obligaba a las comunidades a asegurar un suministro estable y, cuando era posible, controlado por ellas mismas.
En zonas como Castilla, Aragón o Andalucía, muchos judíos participaron activamente en la producción de vino kosher o en su supervisión, garantizando su adecuación a la normativa religiosa.
Además de su función ritual, el vino fue un motor económico para Sefarad. Algunos judíos se dedicaron al cultivo de viñas, mientras que otros actuaron como intermediarios en rutas comerciales que conectaban regiones peninsulares y mercados mediterráneos.
Este papel mercantil colocó al vino en el centro de una red diversa de intercambios que facilitaba la circulación de productos, conocimientos y técnicas agrícolas.
Las restricciones impuestas a la vida de las comunidades judías -incluidas prohibiciones temporales sobre la propiedad de tierras o la participación en ciertos oficios- afectaron inevitablemente a esta actividad. Sin embargo, la resiliencia de estas comunidades permitió que el comercio del vino siguiera siendo un espacio de interacción entre judíos, cristianos y musulmanes. El vino actuó como un puente cultural en una sociedad compleja y plural.
La expulsión de 1492 disolvió gran parte de este entramado pero no borró la relación histórica entre Sefarad y el vino. Muchos judíos expulsos llevaron consigo estas prácticas a los nuevos territorios en los que se asentaron, desde el Mediterráneo oriental hasta el norte de África. Allí continuaron elaborando y consumiendo vino conforme a sus rituales, manteniendo vivo un vínculo cultural que se remontaba a su vida en la península ibérica.
La memoria del vino en Sefarad es, por tanto, parte esencial de la historia hispana. A través de él puede rastrearse una cultura que resistió, se adaptó y sobrevivió más allá de sus fronteras originales, dejando un legado que aún hoy se reconoce en diversas tradiciones judías alrededor del mundo.
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Historias del vino – Sefarad y el vino de los judíos españoles
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