La sublevación militar de 1936 contra la Segunda República dividió España en dos zonas vitivinícolas: la republicana, que albergaba viñedos como Priorat y La Mancha, y la rebelde, con regiones como Jerez, Rioja y Ribera del Duero.

La guerra tuvo un impacto inmediato en el viñedo. Miles de trabajadores del campo y bodegas se unieron al frente, lo que redujo la producción en un 20 por ciento. Muchas tierras quedaron destruidas. Otras, abandonadas. En el lado republicano, se colectivizaron explotaciones vitivinícolas, bodegas y negocios de distribución.

El vino fue esencial en las trincheras. Los soldados recibían raciones de vino para mantener el ánimo de combate y para soportar el frío, como los -25 °C de la batalla de Teruel. En algunos casos, incluso se utilizó como desinfectante en los hospitales de campaña.

Además, esta bebida se convirtió en un símbolo para la propaganda. Los republicanos la asociaron con la resistencia popular y la conexión con la tierra. Por su parte, los sublevados la exaltaron como símbolo de celebración y patriotismo.

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